Hablo de tu infinita soledad, dijo el fulano. Quisiera entrar a saco en tu memoria, apoderarme de ella, desmantelarla, desmentirla. Despojarla de su último reducto. Tu soledad me abruma/ me alucina, dijo el fulano con dulzura. Quisiera que en las noches me añorara, que me echara de menos, me recibiera a solas.
Pero sucede que, dijo calmosamente la mengana, si tu bendita soledad se funde con la mía, ya no sabré si soy en vos, o vos terminás siéndome. ¿Cuál de los dos será después de todo mi soledad legítima?
Miráronse a los ojos como si perdonaran perdonándose. Adiós, dijo el fulano; y la mengana, adiós.
Mario Benedetti.
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