
Me desperté hoy en la mañana junto a una persona que no reconocí. O no quise reconocer. Tenía los ojos abiertos, me miraba extrañada, como si con una mirada quisiera darme a entender que no era casualidad que estuviera ahí, que todo era un plan perfectamente armado y aceitado, para sorprenderme justo ahora.
Camino al coche la sentí a mi lado, sus ojos no transmitían ya ese extraño (pero conocido) aire de causalidad, tenían ahora un propósito mucho más profundo… pero no lo adiviné entonces. O no lo quise adivinar. Me cuestionó otra vez acerca de mi indiferencia. Cantamos un rato, yo queriendo enterrar con palabras su mensaje, él queriendo con notas ahogar un grito, mientras la ciudad se movía, se hacía una mancha llena de ruido, colores, rostros y olvido.
En medio de la gente que iba y venía, ese rostro aún por reconocer se perdió. O quise perderlo. Pero justo a la hora del almuerzo, ese momento que es para todos un motivo para esperar, una razón para dejar de lado las preocupaciones, ahí, justo entre la sopa y el postre, me miró. Esta vez no dijo nada, decidió guardar su mensaje en el sabor del café, y lo ignoré cuando terminé la taza en un intento desesperado por apagarlo y quitarlo de mi mente.
Volví a casa. Ahí estaba, mirándome, y no tuve más opción. O no quise tenerla. No dijo nada. No esta vez. Sólo sus ojos brincaban de los míos al espejo, del espejo a mis ojos. Supe entonces que este yo de ojos tristes y expresión aletargada se quedará conmigo hasta que te quedes tú en mi, y seas tú quien, en el espejo, con una sonrisa y tus ojos en los míos, “buenos días”, y yo, sin necesidad de escapar, “buenos serán”.
Poet@ EnRED@do 16/02/2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario