
Es duro seguir la cuenta del tiempo cuando el reloj mismo se resiste a seguir su marcha. No creo necesario hablar de mi mismo, del mundo, mi mundo, nuestro mundo. El -no tan- pequeño espacio que compartimos, el -siempre- grandioso tiempo que, muchas veces sin planearlo, tuvimos para nosotros. Un año ha pasado ya desde el duro golpe. Un año de que dejaste de vivir, para empezar a realmente ser, a realmente existir. Y seguimos siendo los mismos, no somos mejores, somos simplemente, la gente que amas, la gente que creció contigo, y que, con tu marcha, tuvo que aprender, de la forma dura, que lo que tienes no es para siempre, que es prestado, y que, tarde o temprano, hay que devolverlo.
Pero esto no quiere decir que no te extrañe. Esto no quiere decir que puedo dejar pasar la fecha, como un día más en el calendario, porque lo que recuerdo hoy no es un suceso cualquiera. Es la finalidad de la vida, no el fin de una vida. Eso tú lo sabías desde antes (una de las tantas cosas en las que nos llevabas ventaja), y mira si la vida es curiosa y Dios tiene planes marcados, fuiste tú, quien más se apasionara por la vida, quien más disfrutó con la difícil tarea de desenmarañar sus secretos y encontrar la forma mejor de preservarla, quien nos enseñó, al final, cuál es el verdadero sentido; amar mientras puedes, vivir mientras estás aquí, y no dejarte vencer por los pequeños obstáculos, que nunca son más grandes que la percepción que de ellos tenemos.
Hoy el cielo lloró… y lloró fuerte… dudo que sea de pena, al menos dudo que sea de pena por tenerte, más bien se compadece de la tierra, que ya no es más tu hogar. Recuerdo el sol de hace un año, y recuerdo el sentimiento que me provocó el ver un día tan soleado, tras semanas tan frías, y no por el clima, sino por lo que para mi representó: El cielo estaba de fiesta, pues uno de sus ángeles, el más sonriente, había regresado por fin a casa, tras algunos años de ausencia. Creo que el cielo lloró hoy las lágrimas que yo no pude, y no por falta de dolor, sino por tantas y tantas máscaras y pendejadas que me he ido poniendo… créeme que me duele aún más que haya sido así, aunque supongo que cada quien vive el dolor de forma diferente, y las lágrimas casi nunca han sido mi lenguaje.
Por eso te escribo, para que te enteres, una vez más, de lo que ya sabes de sobra, que te amo, que no te olvido, que me sigues haciendo falta en vida, que sigo esperando la noche en que me vengas a visitar y me digas que estás bien, que me regales esa sonrisa que, muchas veces, entre sombras, es la luz que necesito. Pasaron ya la rabia y la tristeza más fuerte, pero queda aún el vacío, las ganas de mencionarte, y no sentir que hay un hueco en mi corazón, levantar la bocina del teléfono, confiado en que, tras digitar 8 números, estarás al otro lado de la línea, y me saludarás con ese “¿qué pasó, amigo?” que tanto añoro, saber que puedo recorrer unas cuantas calles y ver un coche con dragones estacionado afuera de una casa, tocar sólo porque hace mucho que no les veo, y encontrarme con una enorme sonrisa, entre ladridos, y junto a otra gran sonrisa, que refleja el amor, y ser recibido con un abrazo y un saludo único, un beso, y una broma.
Prendo otro cigarro… se que no te gusta que fume, me lo dijiste varias veces, y lo callaste muchas más, pero nunca me importó, he de ser sincero y confesar que ahora tampoco me importa mucho que digamos… vivir es a veces ya lo suficientemente difícil como para no necesitar algo que me ayude a conservar la concentración mientras escribo. Lo se, sigo siendo el mismo necio, y tú sigues siendo el mismo ángel que me abraza, que me calma, que me sonríe en las noches (aunque no te vea), y que me alienta a seguir, de aquí a que nos encontremos de nuevo. Seguro habrás conocido ya a las otras personas que están allá también, dales mi saludo, y diles que no las olvido tampoco, que siguen en mi corazón, te encargo que le des un beso a mi abuelo, ese beso que desde hace ya tantos años le tengo guardado. Es un gran hombre, tal como tú lo eres. Te amo, amigo, eso nunca va a cambiar.
Hasta el próximo encuentro… te abrazo